Con apenas dos meses por delante me encuentro entre estas
cuatro paredes que forman mi habitación a la espera de que llegue el día en el
que coja ese avión con destino Minnesota y sumergirme en una de las mayores
aventuras que tendré en, me atrevo a decir, toda mi vida. Recuerdo cuando me
entere de todo, en Enero, pensaba que para llegar a verano aun faltaba un
mundo, conscientemente o no, no tenía ni idea de donde me había metido. Ahora
es cuando de verdad empiezo a creérmelo todo, a pensar que agosto está a la
vuelta de la esquina y que en un simple chasquido de dedos estaré al otro lado
del océano. ¿Al otro lado del océano? Qué locura! Si, esta va a ser mi primera
vez en América. Sinceramente estoy eufórica, desde hace años este era mi sueño.
Sé que pensareis: menuda imbécil dice esto para quedar bien, pues no. Estados
Unidos significa para mí algo más que un simple país. Mis padres siempre dicen
que preferirían ir tres veces a Italia y no una a EEUU. Consideran que hemos
crecido en culturas diferentes, y es cierto. Pero tampoco os penséis que me voy
a tomar un año sabático en Miami Beach o un año de lujo en Manhattan, para
nada. Mucho mejor que esto. Voy a convivir con una verdadera familia americana
en un pequeñito pueblo en el centro de Minnesota, Menagha. Allí espero pasar un
tiempo inolvidable y no solo por los momentos divertidos y felices sino también
por aquellos en los que conozca la verdadera soledad, morriña, inseguridad e
incluso impotencia. Pienso que esta experiencia no me enriquecerá únicamente a
nivel académico sino sobre todo como persona. Porque a pesar de medir un metro
sesenta, y no ser nadie para este inmenso mundo para mi soy esa niña que
siempre he querido ser y quizás todo esto me ayude a tener más fuerza y creer
más en mi misma.
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